MISTERIOS DE GOZO. ROSARIO POR LA VIDA MEDITADO CON IGINO GIORDANI.

Fuente: Dioscésis Familiar de Granada



Rezo del Santo Rosario: Misterios Gozosos

(lunes y sábados).

¡María!
Basta su nombre para purificar un alma, para ahuyentar una tentación, para perturbar una pasión.
El nombre de María, en medio de los cuidados de cuanto se recoge, de la fatiga y de la economía, introduce una poesía virginal que socialmente se convierte ne una victoria sobre los egoísmos y en un recuerdo de las obligaciones de la solidaridad.
María: así la llamaban sus padres y sus familiares y sus vecinos de casa en Nazaret.
De ese modo en cada Ave maría volvemos todos a llamarla de un modo familiar.

1. LA ANUNCIACIÓN DEL ANGEL AL MARÍA.
”María dijo: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mi según tu palabra” (Cf. Lc. 1, 26-28)
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.
Era la aceptación: sencilla y explícita, como la acción de Dios. La aceptación que disolvía el drama del cielo en la tierra, que sellaba la colaboración de María con Dios, que daba a Jesús la Madre deseada desde siempre. A partir de ese instante comenzó la Redención.
María entra en la historia mientras reza.
El Arcángel la sorprende en oración.
Su alegría es rezar. Y rezar es hablar con el Señor, derramarse en Él.
María se perdía a sí misma y encontraba al eterno

Oremos, por intercesión de María, para que el Espíritu Santo nos enseñe el valor sagrado de la vida humana desde el instante de su concepción.

2. LA VISITA DE MARÍA A SANTA ISABEL.
“Isabel exclamó con gran voz: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el gruto de tu vientre” (Cf. Lc. 1, 39-56)
“María une la alabaza a Dios al programa de renacimiento del hombre: la que se profesa ancilla Domini, sierva del Señor, después de la encarnación corre inmediatamente a hacer de sierva de la anciana Isabel: a hacer de ancilla hominis.
La Virgen de Nazaret había ido donde su pariente no para entornar himnos, sino para servir en la cocina, en el lavadero, en los campos.
Per servir es amar: y cuando en las casas más humildes sobreviene el Espíritu Santo, incluso una criada adquiere inspiraciones de poesía, dialoga con Dios, sube a las alturas de la mística.
Bastó la presencia de María, una palabra suya de saludo, para que saltase surgiese a la vida e irrumpiese el Espíritu de Dios. A donde se acerca María, la vida triunfa sobre muerte, la esterilidad, y Dios pone su morada en nosotros.

Oremos, por intercesión de María, para que nos enseñe a acoger y acompañar a las mujeres embarazadas, especialmente a las que atraviesan graves dificultades.

3. EL NACIMIENTO DE JESUS.
“María... dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo colocó en un pesebre”. (CF. Lc. 2, 1-20).
Entre los títulos que la piedad de las generaciones le dan a María, el más bonito, el más comprometido, es el de Theotokos, madre de Dios, Dei genitrix. Título grande que no entra en la capacidad humana: una criatura que engendra al Creador.
Aquí las mentes vacilan, aquí, en este título, se inserta el núcleo de la revolución divina, merced a la cual el hombre queda asociado a Dios, hecho de su familia.
“También tú puedes convertirte en madre del Redentor”, enseñaban los Padres al alma cristiana, a cada alma. Y esto enseña María. También fuera de los conventos, incluso en el taller, en el campo, en las oficinas en cualquier actividad.
En la persona de auténticos cristianos, la maternidad de María sigue dando Cristo al mundo. Por eso nos encomendamos a María, sierva del Señor, para dar Jesús al mundo.
Ella continúa cuidando a Jesús en nosotros a fin de que, disuelto el yo, no vivamos ya cada uno de nosotros, sino que vida Cristo en nosotros.
María pasó días, semanas, años en un trabajo siempre igual, sin distracciones, come sin agua y sin suficiente pan, bajo un cielo tórrido o gélido, entre palmeras arrugadas.
Y a pesar de todo, en el seno de ese tedio humano, ella cumplió la integración divida trasladando a la tierra las alegría del Paraíso, hasta dar a Jesús la humanidad.

Oremos, por intercesión de María, para que las familias sean el santuario de la vida y que toda mujer tenga la dicha de ver nacer a sus hijos.

4. LA PRESENTACIÓN DE JESUS EN EL TEMPLO.
“Simeón los bendice y a María le dice: “Él será signo de contradicción... y a ti una espada te atravesará tu alma” (CF. L. 2, 22-40).
Ella daba amor y recibía una espada. Y tal vez, la pobre joven madre, apretando al pequeño contra su pecho con un movimiento de protección y cubriéndolo con su velo, entrevió un perfil de cruz, de muchas cruces. Y un presentimiento de persecuciones le hincó la punta de aquella espada, que Simeón le había predicho. Aquella espada con su lama traspasaría el alma de la humanidad.
Lo que más impresiona es el silencio de María.
Él le pide continua renuncias, las más crudas para el corazón de una madre: y ella guarda silencio dando su consenso. Ella es el silencio, como Él es la Palabra: ella es el vacio y aquella palabra lo colma.
En su pecho penetran siete espadas: pero ella no lo elude: presta su persona al dolor para participar en la redención. Él sangra en el cuerpo, ella sangra en el alma.
Desde la tremenda profecía de Simeón, desde el silencio, ha sido ésta su aportación a la pasión del Hijo.

Oremos, por intercesión de María, para que reconozcamos que cada niño es un don de Dios.

5. JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO.
“Después de tres días encontraron a Jesús en el templo, sentado en medio de los doctores”. (CF. Lc 2, 41-52).
Al igual que ella, la cristiandad, cuando en las horas nocturnas le parezca que ha perdido al Salvador, con tormento llamará en la oscuridad: “Jesús!... ¡Jesús!...
Desde entonces ese nombre del amor se convirtió a su vez en efusión de angustia: ¡referencia del desconcierto! Invocación del Eterno sobre la tierra negra.
Lo que Jesús pedía a María era la renuncia de su sangre, del afecto humano; como ofrenda a la misión divina tenía qu darlo todo: incluso el amor de su hijo, por amor de su misión; dilatar el corazón a un amor universal.
En las pocas palabras que María pronunció y que nos trnsmiten los Evangelios, está aquellas, tan llenas de pena y a la vez delicadas, dichas a Jesús a los doce años, cuando lo encontró en el Templo de Jerusalén, después de tres días de búsqueda: “Hijo, ¿porqué has hecho esto?”.
Más tarde, durante la predicación del Hijos, María aprende de sus enseñanzas estando en medio de la muchedumbre. En el anonimato, Jesús la relega entre las turbas, porque así la educa al desapego. Este desaparecer de María entre las masas que seguían al Salvador, nos tiene que enseñar también a nosotros a desaparecer en ese servicio, sin pretender nada.
A nosotros nos toca desaparecer, no disponiendo de otro derecho que el de amar.

Oremos, por intercesión de María, para que todos los matrimonios que, respondiendo a su vocación, buscan un hijo, puedan concebirlo o adoptarlo.

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