Fuentes: http://www.catolicosfirmesensufe.org/l y
http://www.fcpeace.com/spanish/libros/libro_rosasVirgen_05.htm
Vamos a conocer testimonios y anécdotas de algunos Santos y personajes ilustres que nos ayudarán a comprender la eficacia, importancia y amor que debemos tenerle al Rosario de la Santísima Virgen.
Estos relatos nos entusiasmarán a rezar el Rosario y a enseñarle a otros a rezarlo.

Atravesaba las calles de Roma siempre alegre y sonriente, llevando en su mano su Camándula y rezando su Rosario. Y cuando se dirigía a visitar a algún enfermo, iba recitando por él su Rosario por el camino y decía: «Las Avemarías son joyas con las cuales yo logro comprar almas para el Cielo».
San Camilo de Lelis
Gran apóstol de los enfermos y fundador de los Padres Camilos, nunca se retiraba a descansar por la noche sin haber rezado el Santo Rosario.
Muertos en el siglo XVI y declarados ahora Santos por la Santa Iglesia Católica, cuando caminaban hacia el sitio donde los iban a crucificar, iban rezando en voz alta el Santo Rosario.
Aunque ocupadísimos en muchas labores en favor de los demás, jamás se acostaban sin haber rezado antes el Santo Rosario.
Santa Teresa de Jesús(†1580)
Durante el proceso de su beatificación, una religiosa atestiguó bajo juramento: «Acostumbraba esta santa mujer rezar el Rosario desde muy niña; lo rezó hasta los últimos días de su vida. Y como testigo y persona presente, puedo asegurar que aunque sufriera muy graves enfermedades y tuviera muchísimas ocupaciones, jamás dejaba un día sin rezar el Rosario. Y muchas veces tuvo que rezarlo hacia las 12 de la noche o la una de la madrugada, pero jamás se iba a dormir sin haberlo rezado antes».
Sentíase feliz cuando veía a sus alumnos arrodillados ante la imagen de Nuestra Señora rezándole el Rosario y daba caramelos y otros regalitos a los niños que iban a rezarle el Rosario a la Virgen. Repartía muchísimas camándulas entre la gente y varias veces lo vieron elevarse en éxtasis mientras rezaba esta oración.
Una de sus frases antes de morir fue ésta: “Conviene que recemos mucho el Rosario porque el meditar en la Vida, Pasión y Glorificación de Jesús nos hace un gran bien.”
San Félix de Cantalicio
Empezaba el rezo del Rosario, pero luego tenía que interrumpirlo porque quedaba en éxtasis, arrebatado en la contemplación de los Misterios.
San Ignacio de Loyola
Fundador de los Jesuitas, rezaba el Rosario completo todos los días. Y aún en horas de descanso, muchas veces tenía entre sus manos la Camándula. Cuando se le presentaba un problema muy difícil de resolver, rezaba un Rosario a Nuestra Señora para que lo ayudara a superar aquella situación. En los Reglamentos de la Compañía de Jesús dejó muy recomendado el rezo del Santo Rosario.
San Francisco Javier
En sus viajes como misionero del Asia, llevaba colgado al cuello su Rosario con más orgullo, que el que sentía un mundano al llevar la más grande condecoración de su país. Lo rezaba entero todos los días y a los que se iban convirtiendo al cristianismo les recomendaba con toda el alma que no lo dejaran nunca de rezar. Con el rezo del Santo Rosario obtenía del Cielo muchos milagros y a veces, cuando desde lejanos pueblos le pedían que fuera a orar por un enfermo y él no podía ir, les enviaba su camándula. Y varias veces sucedió que al tocar al enfermo con el Rosario de aquel Santo, recobraban milagrosamente su salud.
San Francisco de Borja
Dice su biógrafo, el P. Nieremberg: «Varias veces, mientras rezaba el Rosario, estallaba en llanto. Mientras estaba rezando, iba meditando en los Misterio y pensaba en una de estas tres cosas: 1) ¿Qué fue lo que el Señor hizo por nosotros en este Misterio? 2) ¿Cómo he correspondido yo a esto que el Señor ha hecho por mí? 3) ¿Qué gracia quiero pedir en esta decena?»
San Pedro Claver
El apóstol de los negros en Cartagena, reunía por las tardes al mayor número de esclavos que lograba hacer venir y rezaba con ellos el Rosario. Para premiar a los que venían a rezarlo y atraer a otros a que asistieran a este rezo que él tanto estimaba, les regalaba estampas, medallas, frutas y camándulas. En los 40 años que estuvo trabajando entre los esclavos, dicen que repartió unos 280,000 Rosarios o camándulas. Prácticamente ninguno de los negros que él bautizaba se que daba sin recibir de sus manos un Rosario como obsequio, acompañado de la recomendación de rezarlo lo más frecuentemente posible.
San Alonso Rodríguez
San Juan Eudes
Santa Eufracia de Pelletier
El joven religioso, al morir, quiso tener entre sus manos sus más preciados tesoros: el Crucifijo, la Santa Regla y el Santo Rosario. Y decía: «Con estas tres llaves lograremos abrir las puertas del Paraíso». Y al igual que San Estanislao de Koska, otro joven jesuita como él y gran devoto del Rosario, murió con la alegría de la presencia amorosa de la Madre de Dios.
Santa Rosa de Lima
San Martín de Porres
Llevaba también siempre colgado del cuello su Rosario y, como a San Alfonso, le salieron callos en los dedos de tanto pasar por ellos las cuentas de su camándula.
San Pablo de la Cruz
San Gabriel de la Dolorosa

El joven devotísimo de la Santísima Virgen, aún en los delirios de la altísima fiebre en su última enfermedad, seguía rezando el Rosario y pedía a los que lo asistían que lo acompañaran en su rezo.
Santa Gemma Galgani
San Benito Cottolengo
El que fundó en Turín el Hospital para Incurables, en el que no se pedía limosna a nadie, pero donde nunca faltó nada por que la Divina Providencia siempre intervino milagrosa y admirablemente, organizó en su hospital el Rosario Perpetuo. Dividió a sus discípulos y enfermos en numerosos grupos que se iban turnando ante el altar de la Virgen, día y noche, rezando el Santo Rosario, de tal manera que a todas horas había personas rezándolo. Los favores que se obtuvieron fueron admirables.
San Antonio María Claret
Popular apóstol y gran predicador, dijo: «Siendo jovencito me encontré un libro que hablaba de lo importante que es el rezo del Rosario y enseñaba cómo hay que rezarlo. La lectura de este libro me hizo mucho bien y el maestro de escuela, viendo que me gustaba rezarlo, me ponía a dirigir el rezo del Rosario en la clase. Cuando ya fui mayor, en la fábrica de mi padre, rezaba con mis obreros cada día el Rosario. Con mi hermanita nos íbamos a veces a visitar una imagen de la Santísima Virgen y allí yo sentía un gozo infinito rezándole el Rosario».
Una vez llegado al sacerdocio se convirtió en el apóstol del Santo Rosario. En todas partes lo recomendaba y lo hacía rezar. Como misionero popular, cuando se iba de un pueblo la gente salía a acompañarlo hasta el límite con el otro pueblo y hacían el viaje cantando y rezando el Rosario. En el sitio donde empezaba el pueblo siguiente lo estaban esperando los vecinos de allá y con ellos hacía el recorrido que le faltaba, rezando el Rosario y cantando himnos religiosos. Y él repetía gozoso: «Las mejores conquistas de almas que he logrado, las he conseguido por medio del rezo devoto del Santo Rosario».
En los años 1851 y 1852 repartió 20,669 rosarios o camándulas. Ya podemos imaginar cuántos repartiría a lo largo de su vida de misionero y apóstol. Pero no los repartía sin más ni más. «Los regalo, pero antes les enseño cómo deben rezarlo. Y les recomiendo que lo recen frecuentemente y con devoción».
Al Rosario lo llamaba: «Mina Prodigiosa donde encontramos toda clase de Tesoros. Jardín Florido en el cual conseguimos las flores de las Virtudes. Libro abierto donde aprendemos a ser Santos».
A los padres de familia les recordaba: «¡Qué ejemplo maravilloso para vuestros hijos, que os vean junto al altar de Nuestra Señora, rezándole el Rosario!» A los sacerdotes: «Que en cada parroquia se rece cada día el Rosario». Poco antes de morir, todavía escribía en 1869: «Lo que más quiero inculcar, oportuna o inoportunamente, es que la gente rece el Santo Rosario. Quiero que éste sea un tema muy frecuente en mis conversaciones».
El mismo cuenta en su autobiografía, que en la madrugada del 9 de Octubre de 1857 oyó que la Santísima Virgen le decía: «Antonio, tú tienes que ser el propagador del Rosario en estos tiempos» (p. 220) y que el 6 de Diciembre de 1862 le dijo la Virgen María, que él debía dedicarse a propagar el Santo Rosario con el mismo fervor que se dedicaron a propagarlo otros grandes misioneros como Alano de la Rupe. Y que luego oyó que Jesucristo le decía: «Sí, Antonio, haz lo que te dice Mi Madre». Dos veces la Madre Celestial le ordenó también escribir acerca del Rosario y él publicó unos folletos que hicieron muchísimo bien. Y en sus cartas pastorales como Arzobispo, y en sus sermones como misionero popular, hablaba bellísimamente acerca de esta devoción tan querida por la Madre del Cielo.
«San Carlos Borromeo, gran arzobispo de Milán, rezaba todos los días con especial devoción su rosario y decía a los sacerdotes: "Les pido que en la confesión recomienden mucho el rezo del santo rosario."»
Y dice que un día vio a la Sma. Virgen con el rostro muy serio porque ella estaba rezando muy distraída las avemarías y que en adelante se propuso rezarlas con más devoción.»
Y su fervor al rezar el rosario era tal, que las hermanas porfiaban por estar cerca de ella mientras lo rezaban. Pronunciaba cuidadosamente las palabras del Padrenuestro y del Avemaría, como saboreándolas y gustando sus dulzuras espirituales.»
El Padre Pío recitaba el rosario en todos lados: en la habitación, en los corredores, en la sacristía, subiendo y bajando las escaleras, de día y de noche. Al preguntarle cuántos rosarios rezaba cada día desde la mañana a la noche, respondió él mismo: "A veces cuarenta, otras veces cincuenta". Y al preguntarle cómo hacía, respondía: "¿Y cómo haces tú para no recitarlo?"
Un místico tiene una vida que va más allá de las leyes del espacio y del tiempo, por lo cual se explican las bilocaciones y otros carismas que abundaban en el Padre Pío. Al respecto, resulta clara la llamada de Cristo para el que lo sigue de "rezar siempre", para el Padre Pío se había convertido en "rosario siempre", es decir, María siempre en su vida. El padre Tarcisio de Cervinara, uno de los capuchinos más íntimos del Padre Pío, refiere que el padre le confiaba frente a tal enigma: "Yo puedo hacer tres cosas a la vez: rezar, confesar y salir a recorrer el mundo."»
María, nuestra Madre la fuente de todas las gracias ansiosa espera que nosotros le pidamos aquellos favores que tanto anhelamos. Y se complace en derramar estas gracias concedidas para nosotros. Especialmente cuando pedimos por los demás; por los más necesitados; por nuestros Sacerdotes que tanto son atacados por el demonio Y por nuestras familias.
Ella nunca tarda en darnos una muestra de su inmenso amor por todos nosotros sus pequeñitos.
¡Oh Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
¡Oh Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
¡Oh Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!