CUARTO MISTERIO DOLOROSO
Sobrelleva la Cruz de su agonía
descarnando sus pies en la andadura.
Sube por el sendero, con dulzura,
a cumplir la sagrada profecía.
Es reo de ambiciosa villanía
que arrastra por el suelo su hermosura,
y en un lienzo transmite su figura
con mensaje de etérea cercanía.
Es la soberbia humana, deicida,
la insoportable cruz de su interior
que causa la caída y el desgarro.
Tiene el alma angustiada, malherida,
la tristeza es más grande que el dolor
y en su mente palpita añejo barro.
Cargado con la cruz de salvación
camina el redentor, desamparado,
es el justo, por odio condenado
a morir, acusado de traición.
Delante del cortejo, un centurión
y el heraldo, que informa han coronado
al que se dice rey. Y a cada lado,
como insulto, le ponen un ladrón.
Penosamente pasa el buen pastor,
exhausto, maltratado, pero entero,
trasluciendo su espíritu inmortal.
Lleva a cuestas la cruz del desamor,
su peso es superior al del madero,
símbolo de su Reino universal.
Cae tres veces, cansado, el galileo.
Arguyen que no llegará al Calvario.
Para cargar la cruz, feliz gregario,
eligen a Simón, el cirineo.
Jesús yace en el suelo. Un clamoreo,
piadoso ante el suplicio sanguinario,
baja hasta Él. Y Cristo, humanitario,
les advierte del mal del pueblo hebreo.
Él es el leño verde, incombustible,
su savia lleva el agua del bautismo
que saciará la sed de eternidad.
El leño sacrosanto e invencible
es pasto del ardor del fanatismo
ciego ante el esplendor de la Verdad.
Emma-Margarita R. A.-Valdés