TERCER MISTERIO DOLOROSO
Por
Entre insultos soeces, los soldados
despegan a Jesús de sus vestidos
arrastrando los restos adheridos,
reabriendo los surcos coagulados.
Manan dogma los músculos rasgados
y un manto rojo oprime sus latidos,
se concentran en todos sus sentidos
deserciones y agravios aceptados.
Con espinas taladran su cabeza
coronándole rey de los judíos
y por cetro le entregan una caña.
Desconcertados ante su nobleza
le escupen, le apalean, los impíos,
pues les turba una sensación extraña.
Circundan su cerebro las espinas,
le atraviesan agudos pensamientos
de aflicción. Se resigna a los tormentos
para salvar las ánimas mezquinas.
Derrocharán su pan en las esquinas,
arrancarán su vid y sus sarmientos,
le agobiarán con súplicas, lamentos,
le clavarán mil veces las espinas.
Mas lleva la corona bien ceñida,
el amor se derrama por su frente
y sujeta la caña con honor.
Resiste los puyazos, la embestida
del desamor, que hiere cruelmente,
y pide al Padre aumente su valor.
Las espinas clavadas en su frente
dañan más en su tierno corazón.
Agiganta el dolor de su pasión
la soledad cercándole la mente.
La tibieza futura del creyente
le ciñe con perfidia y decepción,
es difícil sufrir la sinrazón
del hombre, ante la gloria indiferente.
Le duele ver su credo incomprendido.
La frialdad le asquea, le repugna,
su vértice punzante le conmueve.
Se ofrece por el mundo descreído.
Porque a la indiferencia Él impugna,
será el cordero de la parasceve.
Del libro: "Antes que la luz de la alborada, tú, María"