Por
Como un hombre cualquiera, en sumisión,
va Jesús al Jordán, cumplirá el rito
del bautismo del agua. Es Juan el grito
que llama en el desierto a conversión.
Se presenta en el río del perdón
y Juan le reconoce, está escrito
que llegará el Mesías, el Bendito
Hijo de Dios, a dar la salvación.
Juan se niega, es indigno de este honor.
Mas Jesús cumplirá toda justicia,
seguirá la divina voluntad.
Traerá el bautismo en Fuego y en Amor
y será para el mundo la Noticia,
el Camino, la Vida y la Verdad.
Al terminar el rito, se abre el cielo
y en paloma el Espíritu aletea
sobre Jesús, que inicia su tarea
para anunciar el Reino en este suelo.
El Padre muestra su íntimo desvelo
por el hombre, nacido en cuna hebrea,
que es su voz hecha carne y alborea
nueva Vida en las alas de su vuelo.
Confirmado Mesías, descubierto
y reinvestido en luz de su misión,
tendrá que proclamar la Buena Nueva.
Va a encontrarse a Sí mismo en el desierto,
a fraguar en renuncias su tesón
para en Amor sufrir la última prueba.
Resucita Jesús al tercer día
de su muerte en la cumbre del Calvario,
vence en la Cruz al máximo adversario
y ofrece su continua cercanía.
Él cumple la sagrada profecía
y nombra a cada apóstol emisario
de la Palabra y fiel depositario
de sus dones, su eterna legacía.
En bautismo en el agua es ahora en Fuego
del Espíritu, es gracia concedida
que redimió la culpa y nos bendijo.
Es renacer al místico sosiego
de la esencia del Reino, recibida
del Espíritu Santo, Padre e Hijo.
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